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¿Qué están aprendiendo tus hijos de tu estilo de crianza?

  • Jacqueline Tello
  • 29 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

El estilo de crianza de los padres es la forma habitual que tienen de comportarse y relacionarse con sus hijos, preparándoles así para vivir en el mundo. EL Dr. Ellis, creador de la terapia racional emotiva, nos habla de cuatro estilos de crianza en relación a las normas y límites y las consecuencias que tienen en los hijos. Revísalos, evalúate y mira lo que puedes estar enseñando a tus hijos en relación a cómo vivir en este mundo.

EN EL PRIMER ESTILO los padres enseñan a sus hijos a ser auto-disciplinados, a través de promesas, amenazas, “golpes al ego”, dureza, rigidez, culpas, reprimendas y bofetadas. Los padres buscan que sus hijos se porten bien y eso es algo positivo, pero lo hacen tratando a los hijos con muy poco respeto. Estos niños logran desarrollar límites y seguir normas, pero a precio de mucha inseguridad y ansiedad, acompañados de una baja autoestima. El Dr. Ellis nos dice que este modelo ha contribuido a criar muchas personas adultas masoquistas (sienten que merecen sufrimiento), depresivas, obsesivas y neuróticas. Todo esto como producto de humillaciones diarias y críticas constantes, que contribuyen a que crezcan nerviosos, inseguros y con complejos de inferioridad. En palabras del mismo Dr. Ellis “Es prácticamente imposible convencer a un hijo/a de que se les quiere cuando el padre o madre está casi siempre enfadado con él”. Y sabemos lo importante que es la experiencia de sentirse amado para lograr un desarrollo armónico en los niños.

EL SEGUNDO ESTILO es lo opuesto al primero. Los padres tratan a los hijos con considerable respeto y amabilidad, pero sin firmeza. Estos niños crecen sin experimentar casi nunca frustración, tienden a ser mimados y consentidos, se quejan y lloran por todo, ellos mismos deciden sus propias normas, se enfurecen si sus padres prestan atención a otros o si las cosas no son según su propia voluntad. Estos niños nunca crecen, como adultos son eternos bebés; muchas veces son agradables como personas pero tienen terror como adultos de enfrentar la vida. Estos padres protegen excesivamente a sus hijos de la frustración y los niños crecen como personas débiles, no logran superar el miedo, no aprenden el valor de la vida superando las frustraciones y haciéndose más fuerte en su lucha contra ellas.

EL TERCER ESTILO es uno de los que causa peores consecuencias. Los padres no tratan con respeto o amabilidad a los hijos y tampoco les ponen límites de conducta con firmeza. Papá, mamá, gritan, culpan, amenazan, regañan, pegan… Hacen todo esto pero no tienen la firmeza de corregir el mal comportamiento. Los padres se quejan cada vez más y hacen cada vez menos. A pesar de tanto grito, maltrato y enojo, tienen miedo que sus hijos se enfaden y terminan sin corregirles. Estos niños aprenden a que no les importe si se los quiere o no, se quieren solo a sí mismos. Este modelo contribuye a criar personas que como adultos estén al margen de la ley. No tienen una estructura, un esquema de conducta, nadie les ha enseñado a comportarse y vivir en sociedad y han recibido constante maltrato por lo que son afectivamente desapegados.

EN EL CUARTO ESTILO los padres consideran que es importante ser razonables, comprensivos, y amables con sus hijos, pero es igualmente importante esperar, sin enfados ni recriminaciones, que ellos enfrenten las dificultades y frustraciones de la vida con valentía y firmeza. Bajo este modelo los niños desarrollan una autodisciplina pero también una adecuada autoestima. Aprenden a superarse, a afrontar las frustraciones de la vida, se sienten valiosos; los padres los tratan con respeto y amabilidad pero les ponen límites de conducta y corrigen sus malos comportamientos sin hacerlos sentir humillados, o culpables o malos. Este cuarto modelo logra el equilibrio perfecto entre amabilidad y firmeza y favorece el desarrollo integral y armónico de los hijos.

Todo padre se acerca más a uno de estos cuatro estilos. Lo importante es reconocer qué estilo predomina en nosotros y, si no es un estilo que contribuya al desarrollo integral y sano de nuestros hijos, tomar conciencia, buscar ayuda, corregirnos y empezar nuevamente. Tal vez necesitamos reconciliarnos con nuestra propia infancia, pues el estilo que usamos, puede ser consecuencia del estilo con que nos criaron.

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